Julio Carlos/Gómez Montes De Oca
le 19/04/2005
"Delicatessen para gourmets"
A lo largo de poco más de dos horas, el que fuera líder una de las bandas punteras de los años ochenta (Dire Straits) -y que ya atesora una sólida carrera en solitario- combinó virtuosismo y belleza con una serenidad y confianza muy poco habituales en el panorama musical contemporáneo.
En “Horizontes perdidos”, la novela de James Hilton adaptada al cine por Frank Capra con gran acierto, se describe Shangri-La como un mundo de ensueño en el que la bondad, la fraternidad, la convivencia en paz, el bienestar continuo, y la longevidad son parte esencial y cotidiana de todos los que viven en él. Una forma de vida que parte de una forma de pensar, de una ideología en la que el respeto a los demás y la falta de egoísmo son los principios fundamentales para conseguir la felicidad.
Tras ver y escuchar a Mark Knopfler el pasado sábado en el flamante Palacio de los Deportes de Madrid, a uno no le extraña que haya titulado “Shangri-La” a su último trabajo discográfico, ya que -si bien supone un homenaje al mítico estudio donde los cortes del disco fueron grabados- también es un ejemplo de la filosofía que el escocés y su banda desgranaron en su –digámoslo ya- espléndida actuación ante un público entregado que abarrotaba el recinto.
Desde el primer momento se hizo evidente que, a diferencia de su predecesor, el nuevo Palacio proporciona una excelente acústica. Sin ecos metálicos, ni saturaciones innecesarias, cada instrumento sonó perfectamente equilibrado, diferenciado y con cuerpo. Algo muy de agradecer en tanto en cuanto no tuvimos que sufrir ni la fatiga auditiva ni el zumbido habitual en otros locales de la capital como el Palacio de Vista Alegre. Es este un elemento esencial para una banda como la de Knopfler, que hace de la sutileza y los pequeños matices su principal arma sobre un escenario.
Con los primeros compases de un correcto pero algo frío “Why Aye Man”, primer single de su anterior disco (The Ragpicker’s Dream), se iniciaba el concierto poco después de las nueve y media de la noche. Pero fue a partir del segundo tema, el célebre Walk Of Life, cuando se estableció la complicidad entre público e intérprete. Con un tempo algo más pausado que en su versión original, los nuevos arreglos permitieron entre otras cosas la inclusión de un estimable sólo de Hammond de Matt Rollings, teclista que sustituye al habitual Jim Cox (enfermo de un oído) en esta gira.
Le siguió “What It Is”, una de las canciones de Knopfler en solitario que más recuerdan a su trabajo con Dire Straits. A lo largo de su sección central, el guitarrista demostró no haber perdido ni un ápice de las virtudes que le catapultaron a la gloria hace más de dos décadas: Su forma de paladear cada nota para sacarle el máximo partido sin necesidad de correr los cien metros lisos sobre el mástil de su instrumento. Ese toque sincopado, melódico y lleno de swing estuvo presente durante toda la noche impregnando el ambiente de una innegable hermosura.
“Sailing To Philadelphia” era la continuación idónea y sorprendió a propios y extraños escuchar a Knopfler haciendo sus pinitos con una voz inusualmente clara y fresca. A nadie se le escapa que ese ha sido siempre su punto débil y, aunque sigue sin ser ningún prodigio como cantante y durante el resto del concierto no dió muestras de esforzarse a ese respecto, parece ser que los años que lleva sin fumar empiezan a dar su fruto.
Con grandes aplausos fue recibida “Romeo & Juliet”, uno de los clásicos incontestables de los Straits, que ganó muchos enteros por la forma directa y sencilla en que fue interpretada por esta banda en contraste con los algo aparatosos arreglos de la gira de despedida de aquellos. Inmediatamente después, los primeros compases de “Sultans Of Swing” enloquecieron al respetable. Al igual que con el tema anterior, esta versión estaba mucho más cercana a la original de 1978 que en cualquiera de las giras anteriores. Acompañado exclusivamente por otros tres intérpretes, esta canción puso en evidencia la perfecta comunión entre Knopfler y sus músicos actuales, en especial Richard Bennett, excelso guitarrista al que por desgracia apenas pudimos saborear en toda la noche. Se echó en falta un poco más de protagonismo para este músico de Chicago afincado en Nashville, que tiene un su haber colaboraciones con Neil Diamond, Emmylou Harris y Marty Stuart entre otros y que recientemente ha publicado “Themes From A Rainy Decade”, un álbum instrumental que recuerda a lo mejorcito de Hank Marvin con The Shadows o a los mismísimos Ventures.
Acompañado por batería, contrabajo, y bouzouki, Knopfler se apuntó un tanto ante la numerosa audiencia al tocar una animada y muy divertida versión del “oé, oé, oé” que se había empezado a corear momentos antes en la pista y las gradas. Este es otro de los guiños –nada improvisados- que viene repitiendo desde hace años pero que siempre encuentra eco entre su público.
A partir de ese momento, se abrió un paréntesis en el cual, con toda la banda sentada, escuchamos algunos de los temas de raíz country y folk que han formado parte importante en la discografía en solitario de Mark Knopfler. Concretamente fueron “Done With Bonaparte”, “Song For Sonny Liston” (con arreglos muy superiores a los del álbum del que procede), “Donegan’s Gone”, (en la cual pudimos escuchar a Knopfler tocar slide guitar con mucha soltura) y “Rüdiger”. Esta última alcanzó cotas de expresividad y belleza que ponían la carne de gallina.
De nuevo en pie, se incrementaron la energía y los decibelios para enfilar la recta final del concierto. Primero llegó el turno de “Boom Like That”, primer single del último lanzamiento discográfico del músico escocés, con la entrada progresiva de todos los miembros de la banda seguida de un apabullante “Speedway At Nazareth” en el cual el reputadísimo percusionista Danny Cummings demostró que su apresurada elección como batería sustituto de Chad Cromwell (que por motivos personales tuvo que abandonar la gira antes de llegar a Europa) no tenía nada de casual. Conoce los temas a la perfección y en Madrid (su segundo concierto en esta gira) dejo bien clara su versatilidad.
Para terminar, Knopfler realizó un vigoroso y sobresaliente despliegue de talento y virtuosismo en “Telegraph Road”, uno de sus clásicos atemporales -cercano al cuarto de hora de duración- en el que no sobró ni faltó una nota y en el que la frescura y la imaginación del guitarrista alcanzaron su máxima expresión.
Tras el preceptivo paréntesis para que un público en estado de gracia reclamara el regreso de su ídolo, los bises comenzaron con la imprescindible “Brothers In Arms”, quizá una de las canciones más redondas y desgarradoras que se hayan escrito en el último cuarto de siglo. Memorable fue la utilización del acordeón por parte de Matt Rollings que le añadía otra dimensión a este melancólico himno antimilitarista
Sin tiempo a recuperar el resuello comenzó el inequívoco riff de “Money For Nothing” que tuvo como nota curiosa el empleo de Richard Bennett de un badajo y una pandereta durante toda la canción. El último recuerdo a los Dire Straits fue “So Far Away”, el tema con el que se iniciaba el disco más importante de la historia de la banda y que les convirtió en estrellas a nivel mundial.
La despedida llegó con dos temas de la banda sonora de la película “Local Hero”. "Mist Covered Mountains" y el bellísimo “Wild Theme” (tocado exclusivamente por Knopfler y su inseparable teclista Guy Fletcher, espléndidos ambos) sonaron sobre un escenario que simulaba un cielo estrellado (única excepción dentro de la notable sobriedad en la puesta en escena del concierto). Fue el broche de oro a una noche que se nos hizo cortísima. Al abandonar el pabellón las sonrisas de satisfacción se repetían entre los rostros de los asistentes.
Es evidente con el paso de los años que Mark Knopfler gana en musicalidad y delicadeza como un buen Vega Sicilia añejo. Se nota que él y su “nueva” banda (los 96ers, llamados así por el año en que se reunieron por vez primera) disfrutan enormemente con lo que hacen, ajenos a las tensiones y obligaciones que impone un “megagrupo” como lo era Dire Straits. Y eso se hace patente en su música. Más relajada pero igualmente intensa y mucho más paladeable.
Quizá esa confianza y sencillez debería traducirse en la inclusión de un mayor número de canciones de su último álbum en los conciertos. Para ser un artista con cuatro discos en solitario, Knopfler sigue dependiendo demasiado de sus grandes éxitos con los Straits, (aunque poco se puede objetar a su condición de clásicos que cualquier espectador quiere escuchar).
Sin embargo, en conjunto, el espectáculo que ofreció en el Palacio de Deportes de Madrid sólo puede calificarse de excepcional y, de hecho, supera con creces el que diera en la Plaza de Las Ventas en 2001. Da la impresión de que el accidente de tráfico que le obligó a cancelar su anterior gira le ha hecho regresar a la carretera con más ganas que nunca. Desde luego, visto el resultado, el que suscribe no tiene nada que añadir, salvo el deseo de que así sea por muchos años más.